miércoles, 15 de febrero de 2012

EL VERDADERO AMAR (Capitulo I)

UNA MUJER TENDIDA EN EL CALLEJÓN



No fue una bala, sino dos. Sin embargo, la segunda, al momento de los disparos no la sintió. El proyectil de esa primera que se le incrusto en la espalda, entro fría y lenta; como impregnándose en lo más hondo de su miedo. Sintió una mezcla rara de alivio y desesperación. Escucho voces que poco a poco iban alejándose, y vio una especie de luz de color indefinido que le despertaba mucha curiosidad, y que al correr los segundos se tornaba mas intensa.

Iba a morir. Lo sabía. Muchas veces se había preguntado el cuando y el donde de su momento final; y ahora que acababa de caer de rodillas en el suelo, apenas tenia tiempo para pensar en eso. Cuando su cuerpo hubo de quedar de forma horizontal, comenzó a estar consciente del dolor. Un dolor penetrante como el de una potente mordida, que iba avanzando y ganando terreno en su torso. A duras penas consiguió volverse boca arriba, y fue ahí cuando pudo divisar el cañón del arma que le había perforado la ilusión de redimirse. Era una Sig-Sauer P220; la conocía y hasta sabía de su alcance y su efectividad en distancias cortas. Llego a tener una de esas en sus manos la noche antes del supermercado, durante el ensayo. Noche aquella de la cual no quería siquiera remotamente acordarse.

- Vamonos! Vamonos! que los perros no tardan en aparecerse aquí!!

Alcanzo a escuchar a lo lejos. No estaba asustada. Reparaba en lo iluminado que se veía ahora el callejón del aguantadero, cuando tan solo segundos atrás estaba oscuro y denso. Sintió un llanto de pena a su diestra y tuvo deseos de hablar, pero no le salió la voz. Fue entonces cuando empezó a sentir la molestia del segundo impacto en su cuerpo y noto que la visión se le hacía algo borrosa y confusa; no así la luz esa que cada vez se hacía más intensa y abrazadora.Tuvo la sensación de estar en otro lado. De haber retrocedido en el tiempo, hacia el pasado.
-Estoy so
ñando Pensó. Pero casi al instante abandono esa idea,  y tomo conciencia de que no era un sueño en el que se encontraba, sino que estaba ante una serie de imágenes cronológicas que se presentaban en su cabeza a rápida velocidad.

Se vio tomada de la mano de la abuela caminando con destino hacia las clases de ballet; cuando veía su natal ciudad de Bernal a la distancia de unas escasas pulgadas del piso. Su mayor miedo era Virgilio; el perro callejero que siempre se aparecía cuando ellas tomaban la calle Roque Sáenz Peña en dirección al instituto. Volvió a sentir aquellos momentos, en que al verse más vulnerable y expuesta a los acosos de este animal mamífero y cuadrúpedo, surgía de repente la enorme mano tosca de la vieja, que la salvaba cual intrépido superheroe de las amenazas del peligroso villano. A su subconsciente volvió a llegar la primera desilusión de su vida; esa que vivió en la estación del ferrocarril cuando sus ojos vieron a Tomás, su primer amor infantil, jugando alegremente con otra nena que lo tocaba, y a quien él le hacia volteretas para provocar su admiración. Cuanto la marcó aquella sabatina tarde gris! En que ella (esta vez tomada de la mano de su madre) volvía de visitar a su padre en la cárcel de Devoto, y al detenerse el tren en la estación Félix Bernal, pudo contemplar esa triste escena que la hizo llegar a casa y encerrarse en su habitación a llorar; presa total del primer sentimiento de celos que recuerde.  La imagen en su cabeza cambio de un tirón, y de manera fugaz la envió a revivir la nefasta noche en que fue violada por el tío Manuel en una celebración de fin de año cuando él, -aprovechando que todos en la casa dormían- penetro en su habitación borracho y maloliente. Aquella vez estaba profundamente dormida pensando en Tomás, cuando sintió una mano que le tapaba la boca, y la imposibilitaba emitir ruido alguno. 

Policía! No se muevan...Policía!!

Se escucho retumbar en aquel sucio callejón; el mismo en que la mujer tendida en el suelo tiempo atrás se había amanecido tantas veces, y donde se encontraba preciso ahora jugandose la vida con dos balas clavadas en la espalda. Mientras en su interior, continuaba la proyección de una serie de imágenes sobre sucesos de su pasado que creía olvidados.

Tú quieta ahí!...Tú aléjate lentamente con las manos en alto!

De un vehículo se habían desmontado dos individuos bien uniformados. Uno de ellos de baja estatura, bigote tupido, canoso, algo calvo y de pronunciado abdomen; que por la agilidad en el procedimiento y la seguridad en el tono de voz, denotaba vasta experiencia en el oficio. El otro, algo torpe, delgado, más alto, mucho más joven y bien parecido, se mantuvo un par de pasos detrás de su colega cubriéndole la espalda. Ambos se fueron abriendo paso lentamente ante el tenebroso aspecto de aquel lugar. El oficial regordete, con la mano derecha sosteniendo un arma grisácea que sobresalía frente a su diminuta extremidad, y el dedo indice bien colocado en el gatillo, como quien tiene intención de halarlo, iba impartiendo ordenes y gesticulando con la mano que le quedaba libre, advirtiendo con mucha vehemencia, que él tenía ahora el control de la situación en aquella calle sin salida. Fue entonces cuando diviso el cuerpo de una mujer acostada, que si bien estaba sobre manchas que le parecieron sangre, la noto sumamente tranquila y hasta en actitud de meditación. Giro medianamente la cabeza a su derecha, y mirando de reojo a su compañero balbuceo:

Hay una mujer herida...Pide refuerzos de inmediato! 

Con la rapidez del que acata la orden militar de un superior, el joven oficial dio la vuelta, y se dirigió presuroso hacia el vehículo que había quedado estacionado en la entrada del callejón con las dos puertas delanteras abiertas. Una vez dentro procedió a comunicarse con la estación de la zona, para reportar la ubicación exacta en que se encontraban y solicitar una ambulancia y más ayuda. Mientras; en el aguantadero, un ya imperativo sargento, hacía una pregunta tras otra, tratando de atar cabos y de inferir los sucesos que los habían llevado hasta allí; hasta aquel tenebroso lugar.

Ya vienen! Ya vienen! Hice lo que usted me pidió!!

La voz del joven discípulo se dejo escuchar fuerte y entusiasta, en contraste con el ambiente silente y tenue del callejón. El veterano oficial sin dejar de clavar la mirada en la escena del hecho, dejo caer muy despacio la cabeza como quien asiente. Fue entonces que el novato policía alcanzó a ver todo el panorama en aquel suburbio de bajo mundo; y como el que no puede contener los excesos; transformó el pensamiento en palabra y exclamó:

Y esta quien es?

-Cállate!...Aquí las preguntas las hago yo!!-  ripostó rápidamente el sargento barrigón.

En el suelo, la mujer seguía siendo testigo de imágenes mentales, en que veía recuerdos y situaciones dolorosas de su pasado. Proseguía reviviendo los frustrantes momentos de su violación. El trance en el que estaba la detuvo unos minutos en aquel día tan desagradable para su existencia. Recordó su decisión de no contarle a nadie que aquella noche, el tío Manuel la manoseo a su antojo. En aquel momento, estaba segura de que nadie le creería que este callado hombre, que cada 31 de diciembre viajaba desde Río de la Plata hasta Bernal para celebrar y compartir con la familia, fuera el mismo que sujetando con una mano rudamente su boca para que no pudiera pedir auxilio, se valió de dos dedos de la otra, para penetrar con osada impunidad su inocente sexo de chiquilla. Que posibilidades tenía en aquel momento? De seguro que todos la acusarían de mentirosa. Su propia madre sería incapaz siquiera de pensar que su hermano le haría tal salvajada a su hija, o sea, a su propia sobrina. Solo confiaba en su padre; pero este estaba preso justamente por defender el honor de la familia en un duelo. La mujer dentro de su propio trance, recordó que nunca le contó lo sucedido aquella noche a su recluso padre, porque este era perfectamente capaz de cumplir condena soló para salir a buscar al hermano de su esposa y vengar el honor de su hija. En más de una ocasión le había escuchado decir, en las visitas que ella y su madre le hacían los sábados en la cárcel de Devoto, que en un verdadero duelo se vence o se muere, y que si tuviera que volver a defender la dignidad de su familia a cambio de su cautiverio, él tenia un par de cojones, y estaba preparado para podrirse entre las rejas. Aquella chiquilla de largas trenzas que apenas podía leer, entendió la aseveración de su padre en aquel momento; y esta mujer, que ahora yacía en un sucio callejón pestilente, lo comprendió y lo valoro aún mucho más.

-Son ellos! Por ahí vienen los refuerzos!!- gritó el espigado oficial con inusitada alegría.

Ahora agachado en el aguantadero y dirigiendo la mirada por varias partes del suelo, el sargento husmeaba con los ojos alguna pista sobre lo ocurrido, que pudiera haber pasado desapercibido. Pensó que perdía la paciencia con aquel muchacho que le habían asignado como compañero en la comisaría para que lo entrenara y le transmitiera su experiencia de oficial eficiente y valeroso. Tomo una bocanada de aire, y recordó que estaba cada vez más cerca su jubilación. La mañana de ese día, luego de desayunar y antes de hacerse por segunda vez el nudo de la corbata de su uniforme; calculó que solo le restaban cuatro meses y trece días para   su anhelado retiro como agente policial. Ese maldito oficio que no había hecho más que arrebatarle su juventud, sus energías y hasta su mujer. Si; porque si no hubiera sido por la cantidad de tiempo que le empleó  a esta labor de mierda, Gricel no lo hubiese engañado. Fueron tantos los entrenamientos en Estados Unidos, tantas horas entregadas en cuerpo y alma a perseguir a los que delinquen, y tantos los reproches de ella, por el poco tiempo que le dedicaba a su matrimonio, que un buen día en que se encontraba fuera del país, decidió darle una sorpresa a su amada, y adelantar desde Santiago de Chile su vuelo sin avisar. Quería darle una sorpresa a Gricel, y cuando llegó a su casa, el sorprendido fue él. Por fortuna acababa de recibir un adiestramiento sobre como manejarse en momentos de crisis y no reaccionar a la ligera empuñando su arma de reglamento. Esa capacitación le fue de mucha ayuda en ese momento, pero no  logró apartarle jamás esa dolorosa imagen de ver cuatro pies íntimamente entrelazados sobre su propia cama. 

- Llegaron los refuerzos sargento! - volvió a gritar el novel oficial.

El canoso agente trato de ponerse en pie con rapidez, pero ni las pantorrillas, ni su destreza eran las mismas. Tras un intento fallido de incorporarse por si mismo, tuvo que recurrir a su compañero quien le tendió una mano. Una vez parado, hizo un enérgico ademán hacia los colegas que recién llegaban para que se aproximaran al lugar de los hechos.

- Diles que traigan una camilla de inmediato!- Le ordenó a su subalterno

Mientras en el suelo, continuaban las fugaces proyecciones en la cabeza de la mujer. Donde esta, lo mismo veía el árbol bajo cuya sombra solía leer, que la incómoda y a la vez cómica situación en que no pudo sacarse unos botines de los pies, y fue llorando hacia la abuela, quien explotó en una sonora carcajada ante el dilema de su nieta. Repasó en su mente el singular rostro de su maestra de danza, así como el peculiar sombrero de paja de Camilo, el bohemio diletante que se estacionaba en el parque de Bernal los domingos, para arengar sobre el tema filosófico que él creía de interés tanto para los habitúes, como para los ocasionales turistas que simplemente se sentaban en los bancos para descansar un rato y proseguir su ruta.
Estaba viviendo los últimos instantes de su vida? Así debía de ser su final? Valía la pena tanto sacrificio? En medio de tantas imágenes sobre sucesos pasados de su vida, la mujer tendida en el suelo se hacía estas preguntas sin tener respuestas; sin embargo, lo que sí sabia; de lo que estaba completamente segura es que la razón que la había llevado hasta allí; el motivo por el cual se jugaba la vida en aquel callejón del aguantadero definitivamente si valía la pena.

Y así se creó la noticia de la noche. Cuando el personal encargado de preservar y mantener el orden público hubo iniciado su parafernalia protocolar, comenzaron a correr los rumores de un posible asesinato. Los agentes cercaron el lugar con una franja amarilla, los de la ambulancia habilitaron una camilla, y un medico inicio las labores de auxilio de la presunta victima. Poco a poco la cuadra comenzó a llenarse de curiosos y de vecinos que fueron testigos auditivos de lo ocurrido; y así lo que parecía ser una noche más bajo la luna de Avellaneda se convirtió en una vorágine barrial. La gente llegaban por decenas, y al cabo de unos minutos había un centenar arremolinados en aquel lugar. Cuando el sargento por medio de sus indagaciones logró identificar a la mujer y trascendió su nombre entre los curiosos, aumentaron las especulaciones. El noticiero radial dio cuenta de lo ocurrido, y tan solo a la brevedad de una hora desde el preciso instante en que sonaron los disparos, ya todo el pueblo manejaba la información que había acontecido en el aguantadero. 

No faltaron los hábiles. Los astutos; los que no pierden una oportunidad para beneficiar sus bolsillos. Y así, tanto la situación acaecida como la imagen de la mujer fue blanco perfecto que sirvió para todo tipo de comercio. Un reconocido usurero del barrio monto una suerte de banca de apuestas, donde se ponía en juego las posibles causas que generaron el hecho, y para determinar al ganador, se escogía al jugador cuya selección se acercara lo más posible con la más reciente versión policial que se conociera de último minuto. Cual feria artesanal se expuso de todo para la venta pública. Buches de café para poder madrugarse, fotos de la víctima, carteras, zapatos y hasta una pomada para los hombres, hecha por curanderas del pueblo que aseguraban que dicho ungüento de alguna forma contrarrestaba hasta erradicar el germen de la violencia. 

La mujer tendida en el callejón estaba ahora inmóvil y parecía que no respiraba; pero contrario a lo que pensaban los oficiales que atendían el caso, la realidad era que aún no estaba muerta. Desde la comisaría se había mandado a un par de detectives expertos en criminología, y desde el lugar de los hechos se solicitaba a un medico forense que certificara oficialmente la muerte de la presunta victima; era esa la razón por la que el sargento (que aún seguía al mando del caso) no había autorizado mover el cuerpo de la posición y el lugar encontrado. 

-Pero que coño es esto?- Reaccionó airado el robusto sargento al percatarse de la multitud ubicada en las afueras del callejón.

-La noticia se ha regado jefe; hemos estado tratando de controlar la situación, pero cada vez llegan más y mas personas.-  Trató de defender su gestión uno de los cabos encargados de cercar el lugar.

De un odioso tirón, el sargento arrebato de las manos del cabo un enorme megáfono, y sin encomendarse a nada ni nadie, se trepó de forma risible sobre la capota de uno de los cuatro vehículos policiales estacionados. Como por arte de magia, toda la multitud aglomerada que no paraba de moverse y hablar; cuando vio al sargento y su acción se detuvo y guardo silencio centrando toda su atención en lo que tenía que decir este uniformado regordete de poco y canoso pelo.

-Damas y Caballeros! Esto no es una fiesta patronal! Estamos trabajando en la investigación de un posible asesinato. Les pido que por favor desalojen el área y nos permitan cumplir nuestra labor- expandió su voz usando el altoparlante.

 Y terminando de decir esto, y como si no hubiera dicho nada, la multitud hizo caso omiso y continuó en su trajín. Prosiguió de forma alegre y ruidosa el expendio de café, fotos, carteras, zapatos y pomadas contra la violencia. El sargento, preso de la rabia, sintió el deseo de tomar su arma y disparar al aire para amedrentar aquel desobediente gentío. Recordó que había reaccionado de forma parecida en un caso pasado, y que eso le había costado una amonestación de sus superiores, la apertura de un expediente suyo ante la comisión de ética policial, el cumplimiento de unos cursos sobre el manejo psicológico del temperamento, y su separación por dos meses sin disfrute de sueldo del cuerpo castrense; así que de ninguna manera pasaría por la misma situación. Tomo un agitado respiro, miro su reloj, y dijo en voz muy baja como quien se habla a si mismo:

-Cálmate Adolfo! Te restan sólo cuatro meses, doce días y 22 horas para irte a tu casa y no tener que lidiar con todos estos cabrones!.  

Y procedió a bajarse del techo del vehículo, no sin antes ordenar a los cabos apostados en la entrada del callejón, que se mantuvieran alejando a la gente, y de indicarles que estaba terminantemente prohibido el paso de civil alguno sobre la franja amarilla, salvo los dos detectives que había mandado la comisaría, y el medico forense solicitado que debía estar ya en camino.
En el suelo, la mujer seguía completamente inmóvil. La luz de color indefinido se fue volviendo más intensa y radiante. Sentía que aquel halo, la separaba poco a poco de su cuerpo y del lugar donde se encontraba. Quiso hablar pero no sentía la más mínima fuerza para hacerlo. A lo lejos escuchaba voces que la declaraban como muerta, y ante su incapacidad de hablar, o de al menos abrir los ojos, pensó que en efecto tenían razón. De pronto se halló viviendo su propia muerte.

-Señor! Hemos encontrado algo aquí!- Grito con fuerza el espigado oficial.

A escasos metros de donde se encontraba la mujer se habían recuperado casquillos de bala; el sargento tan pronto los alcanzó a ver, ordeno que se guardaran en bolsas plásticas separadas, para enviarlos a investigación y determinar el tipo de arma usada en el hecho. Aquel hallazgo llamo la atención del sargento y de sus subalternos. Se había improvisado allí una especie de reunión, en la que se especulaba sobre el tipo de arma que correspondía con aquellos casquillos. Ya habían pasado dos horas y media desde el momento de los disparos, y la multitud afuera del aguantadero, entre curiosos, vendedores y compradores, se hacía cada vez mayor. Fue entonces cuando apareció el hombre.

-Permiso por favor! Déjenme pasar!!

 Justo detrás de la franja amarilla que impedía el paso de civiles al callejón, se apersono un sujeto de mirada penetrante y de gran personalidad. Habiendo dicho esto, y sin esperar respuesta a su petición, levanto levemente la cinta divisoria, y se adentro hasta el área restringida por los oficiales. Los cabos encargados de proteger el perímetro, y de evitar el paso de cuanto Dios quisiera entrar, a excepción de los que les fueron notificados por el sargento; se miraron unos a otros los rostros, y asumieron que este hombre debía ser sin dudas uno de los esperados para continuar el protocolo policial. Uno de ellos, sin emitir palabra alguna, sino utilizando solo sus manos, le inquirió a su colega más cercano si sabia quien era aquel individuo. El otro respondió alzando y dejando caer los hombros, como quien alega ignorancia. Una vez vencido este primer obstáculo, el hombre, con pasos silenciosos pero ágiles, avanzó en dirección hacía donde se encontraba el cuerpo de la mujer. A medida que se iba aproximando, su rostro paso de ser humanitario y noble, a compungirse y a mostrar una notable expresión de rabia y de ira.
El sargento; que ubicado ahora de espaldas al cuerpo de la mujer, se mantenía  gesticulando y dictando ordenes a los suyos sin parar; sintió el codo de su novato compañero alertándolo sobre la situación. Fue entonces cuando vio a un hombre impecablemente vestido, avanzar sin dificultad en medio de la noche, con destino a donde yacía el cuerpo de la mujer. Cuando el robusto oficial pudo ver mejor su rostro lo reconoció. Que hacía este hombre allí? Quien lo había enviado? Como había entrado sin su autorización? En fracciones de segundos se hizo todas esas preguntas, al mismo tiempo que con un gesto corporal detenía a los demás oficiales, que ya se disponían a desenvainar sus armas.
Aquel hombre, sin decir una palabra se coloco a un lado del cuerpo de la victima. La miro con suma intensidad; respiro profundo y lentamente; y luego se agacho hasta ir acercando su rostro hacia el de su objetivo.

La mujer en el suelo había resuelto dejarse llevar por esa seductora luz que la llamaba. Ya el dolor había desaparecido. Había entrado en un estado de quietud y de paz, algo parecido a la resignación. Sentía que su cuerpo se elevaba, y que perdía unos cuantos gramos de peso. Se armo de valor. Estaba ya lista para el viaje. De pronto sintió en sus fríos labios carnosos el contacto de otros labios y despertó. Como por arte de magia, la luz intensa y de color indefinido se extinguió como quien apaga un interruptor. Escucho un ensordecedor ruido a su alrededor. Entonces abrió los ojos y lo vio. 

-Este beso me ha devuelto la vida- Pensó.









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