martes, 18 de junio de 2013

PANCHO PALAU: PADRE DEL CINE DOMINICANO




                                                                                          Por: Michael Curiel


Nosotros los quisqueyanos, que muchas veces comentamos -incluso en tono de mofa-, que todo nos llega con un considerable retraso, no podemos decir lo mismo del cine. Las imágenes en movimiento tocaron suelo dominicano por primera vez en agosto de 1900, tan sólo cuatro años y medio después de que los hermanos Lumiere concibieran el cinematógrafo -artefacto capaz de rodar y proyectar películas- quienes lo terminaron de dar a conocer al mundo luego de modestas presentaciones anteriores, la noche del 28 de diciembre de 1895 en el Salon Indio del Grand Café del bulevar de las Capuchinas en Paris.
Esta máquina patentizada por los hermanos de nacionalidad francesa Auguste y Louis, precursora y aún base de la cinematografía actual, sirvió en aquel momento para que los inquietos parientes, registraran la salida de los obreros de la fábrica de su padre, el físico Antoine Lumiere. Así, las imágenes de aquellos trabajadores abandonando la fábrica luego de concluida su jornada laboral, constituyeron el primer filme del que se tenga memoria, y marcó a su vez el nacimiento del cine como una expresión artistica.

Aquella noche histórica en el bulevar parisino, el precio para asistir a la presentación de ese espectáculo en el que se proyectaría la primera película (esta a modo documental) era de un franco. La recaudación total fue de 35 francos. Tres decenas y media de espectadores se encargaron de propagar en la ciudad, corriendo de voz en voz la noticia del milagro que habían sido testigos, así como las maravillas de aquel ingenioso invento de los Lumiere. Aquella buena nueva rodó hasta penetrar en los oídos de Francesco Grecco; un industrial que, buscando engrosar su capital, realizó un recorrido trasatlántico hasta llegar al Caribe con la intención de mostrar por estos lados el perfeccionamiento frances hecho al Kinetoscopio de Thomas Alva Edison.
Fue así como Grecco, instalóse en Puerto Plata (que en aquellos años y desde la Restauración de 1863 conservaba una gran importancia política, social, cultural y por supuesto económica) y eligiendo el teatro Curiel de aquella urbe norteña para sus propósitos, le mostró a los dominicanos el cinematógrafo y sus posibilidades. La reacción caribeña a los estímulos de esta invención francesa no se hicieron esperar. No pocos fotógrafos y estudiosos del efecto visual de la persistencia retiniana se interesaron en el artefacto y comenzaron a estudiarlo.
Trascurrida una década, y a mediados de la siguiente, un camarógrafo borincano de nombre Rafael Colorado, presento en 1915 "Excursión de José de Diego en Santo Domingo", trabajo que significó la primera película hecha en la República Dominicana por un foráneo. Es muy probable que la reseña de aquel visual y lo que representaba en el ámbito criollo, quedara constatado en las páginas de un medio de comunicación escrita, que para aquella época se había convertido en una antorcha en la que reconocidos intelectuales quisqueyanos como Fabio Fiallo y los hermanos Henríquez y Carvajal (Francisco y  Federico) junto a otros, mantenían una encendida luz de protesta con sus plumas debido a la primera intervención estadounidense en la República Dominicana: La revista "Blanco y Negro" de su director y propietario Francisco Palau.

Don Francisco Arturo Palau Pichardo nació en la ciudad de Santo Domingo el 15 de agosto de 1879. Hijo del español catalán Buenaventura Palau, y de la dominicana Manuela Pichardo; Pancho -como le decían sus amigos íntimos y familiares- demostró desde joven mucho dinamismo en el arte de pintar con luz, lo que le llevo desde 1908 a 1930 a desempeñarse en la citada revista de sociedad como fotógrafo, en adición a su función de editor. De personalidad entusiasta y en opinión de amigos suyos como: Pedro Troncoso Sánchez y Julio Ravelo de la Fuente, Palau era "un innovador, con ganas de hacer siempre cosas nuevas". Con este caracter vanguardista y en aquel contexto de las técnicas fotográficas en la realidad dominicana (la presentación del cinematógrafo en Puerto Plata iniciando el siglo XX y la proyección de la película hecha en la tierra de Duarte y Luperón quince años después) no es difícil inferir que nuestro inquieto personaje, amante de estas artes, volcaría sin más toda su pasión en el cine y en la producción de películas.
Es así como a finales de 1922, Pancho inicia la realización de su primer largometraje, en colaboración con el empresario teatral Juan Bautista Alfonseca, y apoyado por un guión escrito expresamente para este proyecto por su primo el historiador Bernardo Pichardo, así también como el decorado a cargo del pintor catalán Enrique Tarazona.

La noche del 16 de febrero de 1923, en los teatros Colón e Independencia se estrenó "La Leyenda de la Virgen de la Altagracia" bajo la dirección de Palau, la que constituyó la primera película netamente dominicana.
El filme (al que otras fuentes también titulan como "La Aparición de la Virgen de la Altagracia" describía en su trama las peripecias de un padre, el cual deseoso de cumplir la petición de su hija, sale a buscar una imagen de Nuestra Señora de la Altagracia -madre protectora y espiritual del pueblo dominicano- en no pocos lugares, y enfrentandose a no pocas situaciones adversas) contó en la producción además de Pancho, con los esfuerzos del también fotógrafo Tuto Báez. Concebida en cuatro actos, a la manera de las películas artísticas de la época silente, tenía un reparto de actores aficionados entre los que se encontraban la joven italo-venezolana Alma Zolessi, José B. Peynado Soler, Fernando Ravelo y Pedro Troncoso Sánchez.
El debut de la película en aquella noche gloriosa para la cinematografía dominicana, y en pleno momento peculiar de su vida repúblicana, tuvo lugar bajo un gran despliegue publicitario -incluído un trailer-, y fue posible gracias a la aprobación del Vicario General quién "encontrándola conforme a la tradición, y recomendable a la fe y devoción de los fieles" autorizó su proyección. A juzgar por el hecho de que estuvo en la cartelera más de un día, contrario a los escasos filmes extranjeros que se difundían en el país, la producción nacional resulto todo un éxito y fue vital para que el nombre de Francisco Palau se escribiera con tinta indeleble en el libro de la historia cultural dominicana.

Movido por el acierto de su opera prima, y totalmente tomado por la magia que ofrece el llamado "séptimo arte", el hijo de don Buenaventura y doña Manuela inició el rodaje de su segunda apuesta; una comedia ligera, que si bien contaba de nuevo con una narrativa sencilla, de apariencia ingenua, fue concebida ambiciosamente con características de superproducción. Con un guión, esta vez del propio Alfonseca que le servía de empresario, y de nuevo con la inclusión de aficionados en el elenco, tales como Delia Weber, Rafael Paíno Pichardo, Evangelina Landestoy, Pedro Troncoso y su sobrino Panchito Palau.
"Las Emboscadas de Cupido" fue expuesta al público el 19 de marzo de 1924, y su director logró repetir con ella otro éxito, ahora todavía más rotundo y sonoro que el anterior, al punto que la exhibición de este trabajo alcanzó las dieciséis funciones en la capital, así como una gira por las más importates ciudades del interior del país.
Una pareja de enamorados que no tienen el consentimiento del padre de la novia, obliga al novio a pensar una estrategia para lograr la aceptación de quien aspira sea su suegro, es el argumento escogido por Palau para desarrollar la narrativa de filme; influido quizá por el estilo y el lenguaje de Griffith, el gran cineasta estadounidense.

No queda claro las razones por las cuales don Pancho no siguió filmando -verbo que por cierto no existía en su época- más películas, lo cierto es que tras estas dos entregas exitosas, detuvo su producción de largometrajes, cerrando con ellas un primer ciclo del cine dominicano. A partír de ahí se dedicaría exclusivamente a la fotografía de prensa, hasta su muerte en 1937.
En la actualidad, el cine dominicano se encuentra atrapado bajo la influencia absoluta de la televisión. Una necesaria Ley de Cine, promulgada por el gobierno quisqueyano para promover la industria, y atraer a inversionistas internacionales a rodar en suelo dominicano con técnicos también del patio, ha fomentado también a su vez la proliferación de películas de costosas producciones, pero de calidad harto mediocre.
Salvo honrosas excepciones, la gran mayoría de directores actuales se inclinan por llevar a la pantalla grande los pésimos programas enlatados de televisión, generalmente con los mismos conductores: comediantes improvisados, con muy poca o ningúna experiencia teatral o actoral, más allá de la que les dicta un libreto televisivo.
Es momento de que todos los que estemos de alguna u otra forma vinculados con las imágenes en movimiento en general, y con el cine dominicano en particular, nos detengamos, y a partír de las huellas dejadas por Palau trazemos un nuevo derrotero de la cinematografía quisqueyana; más vital, más comprometida socialmente; que sirva no sólo para entretener, sino también para aportar soluciones a los problemas de nuestra sociedad. Se puede.


(El autor es Músico, Escritor, Licenciado en Administración de Empresas, y actual Estudiante de la carrera de Cinematografía y Audiovisuales Mención Cine de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.)




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